Cuando la libertad sufre

Definieron la patria según su particular visión. Retrocedieron hasta don Pelayo y Santiago Matamoros. Isabel y Fernando, el espíritu impera. Desearon una unidad  de destino en lo Universal y la llamaron España y a los que no cupieran en su peculiar imaginario se les definió como los malos españoles. Sellaron un patriotismo unívoco bajo la tutela del nacional-catolicismo. El resto no es España. Su Caudillo lo fue por voluntad divina y así lo hizo plasmar en las monedas que ordenó acuñar . Nadie, de entre ellos, respondió. La única respuesta era la de la anti-España: los otros, los vendidos al comunismo internacional, al separatismo y a la conspiración judeo-masónica. Para esa España, cerrada a cal y canto, intolerante y autoritaria, patrimonio personal de unos, los otros, los sin-patria, nunca debieron existir. Exilados, encarcelados, silenciados ...

No es ni siquiera la España a la que se dirigió Joan Maragall, ni tampoco la de Luis Cernuda, Gabriel Celaya, Rafael Alberti, Antonio Machado, Miquel Hernández o Federico García Lorca, ni la de Pau Casals o Pablo Picasso, ni es la tuya ni la mía, ni la de tantos otros, es sólo la suya. Es su España. Para ellos la única posible, la que surgió de la cabeza de la Minerva fascista para anular toda la diversidad, la libertad, la decencia y la democracia. Fue en nombre de esa España, de su España, la razón de la sinrazón por la que ondearon banderas victoriosas con yugos y flechas. La uniformización de la pluralidad a fuerza de golpes, de silencios y de miedo. ¡Hable en cristiano¡ ¡No ladre¡ ¡No sabe con quien habla¡

Si, fue a esa  España de charanga y pandereta, cerrado y sacristía, casposa y de bigotillo, mitad cárcel mitad convento, a la que Pepe Rubianes le dirigió sus exabruptos escatológicos.  Ahora, desde la caverna local, ya se comienzan a oír los alaridos de los de siempre, de los  que esperan ansiosos el momento de caer sobre su víctima: un actor, un cómico. Próximamente Pepe Rubianes debe actuar en nuestra isla y, de nuevo, la libertad sufre.

Pep Vílchez
Setembre, 2006